miércoles, 6 de enero de 2016

Capítulo 1


Capítulo 1
La fragancia

Era una mañana fría de invierno, con un poco de niebla, rondarían los cinco grados o por ahí. Me dirigía a la universidad como era costumbre en mi rutina. Primero andaba unos cuantas manzanas hasta llegar a la boca del metro, después dos paradas y a continuación un autobús para llegar a la universidad. Por suerte este me dejaba en la puerta. Este trayecto me cansaba, pero tenía más suerte que otros compañeros de clase que su recorrido llegaba hasta una hora o incluso dos para llegar a clase.
Aquella mañana salí de mi casa tomándome un zumo, tras salir a la calle lo tiré a una basura. Una pequeña ráfaga de viento me sacudió y noté como el frío me sacudía, me abroché un poco más el abrigo y continué mi camino para ir a clase.
Paré en un semáforo que estaba en rojo y miré para ver si pasaba algún coche, sino cruzaba corriendo. Tendía a llegar casi siempre tarde a clase, así que siempre llevaba el tiempo justo, no podía entretenerme.
Miré a la izquierda y no vi ningún coche acercarse, tan solo los coches aparcados y una furgoneta en doble fila que estaba cargando cajas. Aprovechando esa oportunidad decidí ganar unos segundos. Fui a cruzar la carretera, cuando noté una gran presión en mi muñeca derecha y luego un grito sordo en mi oído.
-          ¡No cruces!-me gritó una joven chica mientras me agarraba la muñeca con todas su fuerzas
-          Si no viene ningún coche…-le reclamé señalando la carretera
Tras decir aquella frase un coche cruzó por delante a gran velocidad; si hubiera cruzado en aquel instante estate por seguro que aquel coche me hubiera arrollado y matado por el golpe. Por un momento mi corazón se heló, hace unos segundó había mirado y no había ningún coche. Giré la cabeza como un robot, para mirar a la joven y darle las gracias por salvarme. Sin embargo no había nadie a mí alrededor, el más cercano era un barrendero, pero él no fue el que me agarró, pude oler aquella fragancia tan maravillosa de aquella joven, jamás se me olvidaría, además fue mi salvadora.
Me arrisqué a la cabeza y pensé que tal vez aquella chica se fue corriendo. No tuvo que irse hace mucho, aún notaba la fragancia a mi alrededor, además aún me dolía la muñeca… para ser tan mona tenía una fuerza que más de un hombre la hubiera querido.

Durante todo el trayecto de camino a clase, fui pensando en el rostro de la joven, pero no conseguía concretar en nada, no sabía que color de ojos tenía, o color de pelo, si era alta o pequeña o como vestía. Nada no recordaba nada, tan solo la fuerza con la que me sujeto y su fragancia.
Me senté en mi silla y di un suspiro ahogado, con tristeza… De fondo escuchaba todas las conversación de mis compañeros, eran cosas sin importancia, como lo que habían soñado o hablaban de prácticas de clase, etcétera. Me sentaba al fondo cerca del radiador, para estar calentito y dejar mi abrigo colgado en él, así cuando lo cogiese sería como una calefacción andante.
Entonces noté un respiración a mi lado, un gran escalofrío recorrió por todo mi cuerpo, hasta en mis huesos lo note. Escuché como una voz susurraba en mi oído, la piel de gallina se me puso. Giré mi cabeza lentamente mientras la voz me seguía diciendo
-          ¿Qué te pasa? Cuéntamelo… ¿Es por algún tema amoroso?- la voz era aguda y un poco molesta y monótona.
-          Estás aquí Isabel.-dije con un tono de cansancio.
-          Lo noto en tu rostro algo te pasa con una mujer…-sonrió de oreja a oreja. Esa sonrisa no era de que esto le divirtiese molestarme, sino una sonrisa lasciva, ya que tan solo pensaba en cosas sucias y demagógicas. Le encantaban temas jocosos y pervertidos, no podía evitar no hablar de ellos.
-          ¿en serio? No acaba de empezar las clases y ya estamos con el temita…-Mostré un tono severo, pero a ella ni le importó.
-          Cuéntamelo y no voy a parar…- estiró sus largos  y delgados brazos hacia a mí, mientras seguía mirándome fijamente.
-          ¡No es lo que tú te piensas!
Un chico corpulento y alto entró en clase, con el abrigo y la mochila colgando, me saludó a lo lejos y se acercó. Con una risa simplona nos miró y dijo
-          ¿ya has empezado Isabel?- dejó sus cosas en el sitio que estaba a mi derecha, justo en la esquina. Yo asentí con la cabeza a su pregunta.
-          Lo veo en sus ojos… ha tenido relaciones hace poco… o ha pensado en ellas.- Isabel acercó su mirada, yo notaba como si me estuviera leyendo la mente y poco a poco sonreía más.
-          ¡Vale lo contaré!- Dije muy nervioso. Estaba sintiendo que si eso seguía de esa manera, Isabel descubriría alguno de mis secreto.
-          Así me gusta- Respondió Isabel mientras se apoyaba en la mesa, para mirarme de frente. El chico corpulento, llamado Roberto, no se sentó, se quedó de pie mirándome, con gestos de interés.
-          Esta mañana mientras venía, fui a cruzar la calle, pero alguien me lo impidió. Si no lo hubiera hecho un coche a gran velocidad me hubiera atropellado. No recuerdo quien me impidió cruzar, solo recuerdo su olor, y era una fragancia de mujer, eso no hay duda.
-          ¿Ya? ¿No hay nada más?-Preguntó Isabel con un rostro de insatisfacción. Roberto se sentó en la silla de mi derecha, mientras Isabel en la de mi izquierda, con gestos de desilusión.
Roberto comenzó a pensar, arrugó su frente y poco a poco se fue poniendo rojos. Esa era la manera que tenía para concentrarse, rara, pero eficaz. Se inclinó un poco hacia adelante para hacerse el interesante, miró al frente y dijo con un tono siniestro.
-          Carlos… Aquella persona que te agarró ¿Era muy fuerte? Me refiero… que parecía una fuerza descomunal
Me toqué la muñeca, donde fue sujetado, y asentí con la cabeza.
-          En internet ha estado circulando últimamente un rumor bastante raro…
-          Ya empezamos…-suspiró Isabel- Deberías dejar de leer cosas raras en Internet.
Los dos la miramos con ojos incrédulos. Ella era la menos indicada para decirnos eso, ya que unos meses atrás nos trajo unas hojas imprimidas de las maneras más raras de hacer el amor. U otra vez nos enseñó un video de unos dibujos rarísimos… haciendo el amor. Casi siempre nos sorprendía con cosas así de raras. Pero cada uno tenemos nuestros hobbies. Y el de Roberto eran las leyendas urbanas.
-          ¿En serio Isabel? ¿Quieres que empecemos de nuevo la conversación?- Dije con tono amenazador y ojos agresivos. Isabel captó la idea a la perfección he hizo como si se cerrase la boca con una cremallera.
Roberto volvió a ponerse serio y tenebroso, entrelazó sus manos y apoyó los codos en la mesa. Miró al frente y comenzó a contarnos la historia.
-          Como he dicho… hace unos meses han comenzado a circular cierta leyenda. Creo que la llamaban la fragancia inolvidable o algo por el estilo. Espera… La última fragancia. Así es el nombre de la leyenda- Noté como me miraba por el rabillo del ojo- La historia habla de cómo una mujer, niña o joven salvaba la vida a las personas en el último momento. Aquellas personas que salvaba, al tratar de decirla gracias, se daban cuenta de que ya se había marchado o había desaparecido.- Isabel se tumbó encima de la mesa haciendo gestos de que esas historias eran mamarrachadas. Yo al principio pensaba como ella, pero tras lo que me sucedió aquella mañana era un poco menos crítico.- Nadie nunca la ha visto, lo único que se sabe de ella es la fragancia tan exquisita que lleva y de la fuerza sobre human que tiene. Lo raro en esta situación es que aquel que huele esa esencia es aquella persona que ha sido salvada, si había más gente en ese momento nadie de los presentes olerá nada y no habrá visto nada.- Tras esas palabras yo mostré una sonrisa, demostrando a Roberto que esa historia era un poco, bastante ridícula. Fue en ese entonces cuando Roberto me miró con unos ojos de pánico y dijo más bajo, solo para que le escuchase yo- Esto no es el final de la leyenda. Lo siguiente es lo más raro e inexplicable de todo. Se dice que todas aquellas personas que salvó la vida murieron al poco tiempo. Justamente como como la chica les salvó.
Me eché hacia atrás estirando los hombros y con una sonrisa picaresca le dije con tono irónico
-          ¿Si todos mueren… Quien ha contado la leyenda? No se… los demás no la podían ver ni oler su fragancia o algo así ¿No?
Giré la cabeza hacia mi derecha, para mirar a los ojos de Roberto, para burlarme de él, pero entonces se me heló la sangre al ver su rostro y sus ojos. Me miraba con absoluta seriedad y algo tenebrosa. Me estaba diciendo que no me burlase de esas cosas, pero era algo más… me estaba advirtiendo de que tuviera cuidado.
-          No todos murieron…-me dijo, en ese momento fui a replicarle que no fue lo que me había dicho antes. Si vuelves a leer en la parte en que me habla de esto, puedes ver claramente que me dijo todos. Se había equivocado, pero no quería ponerme quisquilloso con eso, ya que parecía demasiado serio de lo normal.- Unos pocos sobrevivieron y dicen que volvieron a oler aquella fragancia tan maravillosa antes del incidente y como si fuera un acto reflejo se quedaron quietos como les dijo la chica. De esta manera se salvaron la vida.
Por eso la llaman la última fragancia, es lo último que hueles antes de morir. Podríamos decir que es un premonición de tu muerte.
-          Puufff… chorradas…
Roberto me agarró el brazo y me dijo con absoluta seriedad.
-          Ten mucho cuidado si vuelves a oler la fragancia… Puede ser lo último que huelas…
Me froté los ojos y le dije a Roberto con un tono burlesco y chulo
-          Pues creo que la chica se ha equivocado conmigo, porque a la vuelta vuelvo en autobús y no tengo que cruzar calles. Por lo tanto veo difícil que me atropellen jajaja…
-          Búrlate y acabarás muerto.
La sonrisa desapareció de mi rostro en milésimas, aquellas palabras parecían una advertencia o amenaza. Fui a contestarle algo mosqueado, pero no le dije nada, porque el profesor entró por la puerta y la clase estaba a punto de comenzar.

Tras un par de horas inaguantables, de chistes malos de parte del profesor, como por ejemplo “¿Qué le dice el cuatro a la derivada?” En esos momentos, todo el alumno con dos dedeos de frente, sabe que esto solo puede acabar de una manera… con un silencio asolador y una pequeña tos de fondo. Como nadie responde el profesor prosigue “¿A dónde vas? Y le responde la derivada, a la deriva…” El profesor se ríe de su chiste, pero a la vez selecciona, a mínimo, a tres víctimas que mira a los ojos esperando a que se rían del chiste. En esos momentos, si eres el elegido sientes una presión cuando sus ojos se clavan en ti y lo único que haces es sonreír y asentir como un tonto. Porque si no lo haces el profesor comienza a explicarte el chiste y no parará hasta que rías.
Solo de pensarlo me recorre un escalofrío… En serio ¿Dónde aprende esos chistes? No quiero ni pensarlo.

Después de aquellas clases tuve otros dos más, pero por fin se acabó y fui libre para volver a mi casa y hacer lo que mejor se me daba, descansar. Con una sonrisa en mi rostro cogí mi abrigo calentito del radiador y me lo puse. Note como mi cuerpo me agradecía es calor bendito.
Cuando estaba dispuesto a salir noté como Isabel ponía su mano en mi hombre. Retorcí la cabeza para mirarla y la pregunté qué quería. Con una sonrisa siniestra me miró, noté que algo no iba bien... algo malo sucedía o iba a suceder.
-          Carlos…-Dijo mi nombre con un tono bajo- ¿No recuerdas que debíamos hacer una práctica grupal?
Sentí como si algo me hubiese agarrado la pierna y tirase de mí al infierno, miré hacia abajo y pude ver la cara de Isabel sonriendo a carcajadas mientras decía “práctica grupa, práctica grupal. 
Con un gesto de desánimo me di la vuelta y con una cara pálida y los ojos derrotados, dije con un tono apagado “Se me había olvidado…”
-          Tranquilo Carlos… yo siempre te lo recordaré…-Dijo con tono de mala persona
Me quité de nuevo el abrigo y lo dejé en el radiador; dejé caer mi cuerpo sobre mi silla y sin mucho ánimo saqué el ordenador de mi mochila para comenzar la práctica.
Tras unas horas inaguantables de dolor puro, como si me hubieran dado mil latigazos, acabamos la práctica y podíamos volver a casa. Ya era tarde, rondaría alrededor de las seis de la tarde. El sol comenzaba a ponerse. Yo cogí mi abrigo y me lo puse. Entonces volví a sentir la mano de Isabel.
-          ¡me marcho, ya sí que sí!- Dije de manera muy brusca.
-          Tranquilo .Te iba a decir que hoy vuelvo contigo, que voy a la casa de mi novio.
-          Perfecto, así tengo con quien hablar.
-          ¡sí! Así puedo mandarte que hagas más trabajos.- Me dijo Isabel con tono bastante burlesco. A mí no me hizo gracia porque la conocía de hace mucho y sabía que eso no era broma y que a lo mejor al final me caería algo- No pongas esa cara, si luego no lo haces
Yo asentí mientras mostraba una sonrisa.
Salimos de la universidad, nos despedimos de nuestros compañeros y fuimos a la parada a esperar al autobús. Había bastante gente en ella, más de lo normal. Tengo que aclarar algo, eso nunca pasaba, fue la primera vez que vi esa parada tan llena de gente.
-          Cuanta gente- mencioné.
-          Espero que el autobús no venga lleno y nos toque estar de pie, o mucho peor esperar al siguiente.
Me asomé un poco para ver si venía el autobús, miré el reloj y vi que ya venía con retraso. Entonces escuché a mi amiga preguntar a un hombre de treinta años con un abrigo bastante amplio y unos cascos grandes.
-          ¿ha pasado ya el autobús?
En ese momento respondí sin pensar
-          Claro que ha pasado, pero es que han decidido esperarnos.
El hombre se rió un poco, y sacó su mano del bolsillo del abrigo. Señaló calle arriba y dijo
-          El autobús se averió por allí y han llamado a uno de recambio. Han dicho que vendrá dentro de poco. Aunque yo llevo diez minutos esperando.
El hombre volvió a meter la mano en el bolsillo. Le dimos las gracias y nos separamos un poco.
-          ¿Esperamos o nos vamos en metro?-preguntó Isabel
Con un gesto de cansancio, me coloqué bien la mochila y el abrigo, y contesté a mi amiga.
-          Esperar… prefiero ir en el autobús calentito que andar y congelarme.
-          Pues a esperar.
Los minutos fueron pasando y el autobús aún no aparecía. Algunas personas que estaban esperando se cansaron y se marcharon. Eligieron la opción de los valientes aventurarse aquel frio de invierno. Sopló el viento y heló mis huesos. Estaba a punto de darme por vencido cuando Isabel me hizo una señal. El autobús estaba llegando.
El vehículo se detuvo en la parada. Iba vacío. El conductor abrió las puertas y nos dejó pasar. Tras pasar las puertas noté que estaba en el cielo, dios bendiga la calefacción.
Nos sentamos casi al final del autobús y nos quitamos los abrigos. Comenzamos a hablar de cosas de la universidad y de personas que conocíamos para destriparles conjuntamente. El autobús arrancó y comenzó la trayectoria. Los edificios iban pasando uno tras uno, parándose en semáforo tras semáforo. Apoyé mi cabeza en la ventana y me quedé mirando por ella.
Tenía la sensación de que algo no iba bien. Era como la típica sensación de que se te olvida algo cunado te vas de viaje. Pensé que sería una estupidez, pero entonces comencé a recordar la historia que me contó Roberto esta mañana.
Isabel seguía hablando de sus cosas, yo ya no la hacía mucho caso, tan solo la asentía, para que no se diera cuenta de que no me importaba lo que decía. Mi malestar fue en aumento poco a poco, cada bache que daba el autobús mi corazón se estremecía. Esto solo fue empeorando poco a poco comencé a escuchar como si algo no funcionase bien en el autobús, como si algo estuviera suelto, y eso solo significaba que algo iba mal. Empecé a sudar y a respirar más rápido de lo normal. Ya no escuchaba a Isabel, pero aún notaba que gesticulaba con los labios, yo solo podía escuchar los golpes del autobús y de sus piezas chocando entre ellas. Cerré los ojos y traté de calmarme. Quise imaginar que estaba en otro lugar hasta llegar a mi destino, pero entonces lo pude entender perfectamente. Si la leyenda fuese exacta antes de morir debería oler aquella chica. Noté como sonreía y respiré bien fuerte para notar el arma en todo aquel autobús. Se me escapó una carcajada.
-          ¿De qué te ríes?- Me preguntó Isabel.
-          No nada…-respondí, pero aún estaba sonriendo. Me estaba riendo de mí y mi estupidez. ¿un leyenda cierta? y que más… que los héroes existen… una gran tranquilidad me invadió.
-          Pero dime de que te ríes.-insistió Isabel mientras se giraba un poco para mirarme.
Yo no le quería decir que era sobre el tema de la leyenda, se reiría de mí y luego se metería conmigo, así que decidí inventarme una excusa.
-          No nada, de lo que nos dijo el hombre, que el autobús estaba averiado.
Isabel se me quedó mirando con una cara extraña como si no comprendiese lo que yo le decía. Di un suspiro y me expliqué mejor.
-          El hombre de la parada, que nos dijo que el autobús se había averiado y por eso estaban esperando tanta gente antes. Si lo piensas.- Saqué el móvil para mirar la hora- Aún no llegó el de repuesto, este autobús es el siguiente del que perdimos. Este es el de las seis y media.
Yo trataba de explicarme lo mejor que podía, pero mi amiga no entendía nada de nada. Me miraba como si estuviese loco.
-          ¿Pero qué dices? Si hemos llegado por los pelos al autobús. Casi lo perdemos
Yo sonríe un poco, porque pensé que me estaba tomando el pelo.
-          No voy a picar Isabel. ¿Crees que soy así de tonto?
-          Carlos… Si hemos venido corriendo, por eso estás sudando.-señaló el sudor de mi cuello y frente.
No comprendía nada de lo que pasaba, me levanté y miré alrededor del autobús. Había menos gente de las que había en la parada. Salí de mi asiento, mientras Isabel me preguntaba una y otra vez “¿Qué te pasa?, estás bien” Yo no la hacía caso. Algo no iba bien, estuvimos esperando al autobús, había mucha gente en la parada, pero ahora en dentro había muy poca. Miré otra vez a mi alrededor, pero nada cambiaba, traté de recordar, pero nada tenía sentido algo no cuadraba. Entonces decidí buscar al hombre con el que hablamos en la parada. Isabel puso su mano en mi hombro con una cara de preocupación, pero yo se la quité y seguí buscando aquella persona. Los pasajeros comenzaron a preocuparse por mis acciones y mucho más por la cara que llevaba, la cual estaba desencajada y muy pálida.
Me senté en uno de los sitios y me quedé mirando al suelo sin comprender lo que sucedía, busqué y busqué más de una explicación, pero ninguna encajaba. Isabel apoyó sus dos manos en mis rodillas y me miró mientras estaba en cuclillas.
-          ¿Qué te pasa? Me tienes preocupada…
-          No lo entiendo…-repetía una y otra vez
-          ¿Qué no entiendes?
-          Hemos esperado al autobús ¿no? El otro estaba averiado, por eso esperamos ¿no?-Dije mientras la agarraba de los hombres y la zarandeaba como un loco. Ella puso un gesto de dolor en la cara y me hizo razón rápidamente. La solté.-Lo siento… me encuentro un poco mal…
Isabel me sonrió y me dijo que no me preocupase, pero en sus ojos mostraba temor o miedo de mí. Yo me levanté y me acerqué a la puerta trasera del autobús. Pulsé el botón para la siguiente parada y esperé sin decir nada. Isabel se marchó a donde estábamos, cogió nuestras cosas y volvió a mi lado, pero no dijo ninguna palabra.
Suspiré y traté de ponerme en orden. Cerré los ojos y comencé a tratar de calmarme, escuchaba la respiración de los pasajeros y algún cuchucheo sobre mi actuación. Respiré por la nariz y entonces noté como mi corazón dejó de latir por unos segundos. Cuando lo volvió hacer notaba como si mi sangre fuesen pequeños alfileres que me destrozaban por dentro. Todo esto porque lo olí… Volví a oler aquella fragancia… la última fragancia.
El estrés volvió apoderarse de mí, pero no me dio tiempo a realizar ninguna locura. Escuché un gran estruendo, mi cuerpo comenzó a elevarse, como si estuviese en el espacio. Aquellos segundos fueron como los más largos de mi vida. Reconocí el ruido al instante, era un frenazo del autobús, pero no le dio tiempo a parar lo cual hizo que se golpease. Yo sabía que era mi fin, cerré los ojos y espere al impacto que me dejaría sin vida. Pero los volví abrir como platos y grite como un poseso.
-          ¡No quiero morir!
Segundos después me golpeé con gran fuerza contra el asiento que estaba a mi izquierda. Noté una gran presión en el brazo izquierdo, pero ese era el menor de mis problemas porque escuché a mi rodilla chascar. Un dolor me invadió. Las puertas del autobús se abrieron por el golpe.
Escuché los gritos de las personas, pero podía identificar como poco a poco algunos se callaban. Otros se callaban cuando se producía un gran golpe.
Yo estaba tirado en las escaleras de la puerta trasera del autobús. Noté como los cristales comenzaron a caer encima de mí. Yo cerré los ojos y comencé a repetirme una y otra vez que quería vivir, que quería vivir.
No sé cuánto tiempo pasé con los ojos cerrado, pero cuando los volví abrir, no escuchaba nada, tan solo el ruido del fuego. Traté de incorporarme, pero me dolía todo el cuerpo. Noté que algo me estaba tocando la espalda. Me  giré para verlo y solté un gran grito de terror.
Era la mano de Isabel, la cual estaba en pésimas condiciones y además le faltaba algo importante, el resto del cuerpo. Con la cara llena de lágrimas y con gran dolor salí del autobús a duras penas y traté de alejarme de él.
Miré desde fuera el autobús y este estaba completamente destrozado por todas las partes, fue un milagro que sobreviviese. Describiría como se quedó el autobús, pero me es imposible, ya que no hay palabras para aquello.
Mis ojos no dejaban de llorar al ver aquella escena, además no veía bien, veía borroso y luces parpadeantes por todo el lado. Solo uno de mis sentidos había salido sin un rasguño del accidente y era el olfato. Sonríe mirando al cielo y dije
-          La última fragancia eh…
El siguiente que recuerdo fue escuchar un coche frenar y recibir un gran golpe que me lanzó de un golpe contra el suelo. Con mi cara apoyada en ella noté como poco a poco esta se estaba mojando con un líquido caliente. No había que ser un genio para saber que era mi sangre. Además no sentía mucho más, me costaba respirar y notaba que me quedaba sin aire.
Escuchaba gritos de la gente decir que había una persona atropellada por aquí, muchos otros gritaban que llamen a la ambulancia, o tan solo se limitaban decir “oh dios mío”
Un hombre me cogió  me dijo que no me preocupase que todo acabaría pronto. Tras escuchar esa frase comencé a llorar, y decía que yo no quería morir, que quería seguir viviendo…


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